Foodie. Gran palabro. Todos conocemos a alguien a quien se puede calificar de tal. Puede que, incluso, el calificativo nos sea aplicable a nosotros mismos. Seguro que sabéis de lo que os hablo y que más de un nombre os viene a la mente. Porque todos tenemos un amigo foodie que es capaz de todo -o casi todo- con tal de dejar constancia fotográfica de sus hazañas gastronómicas, ya sean propias o ajenas.
El amigo foodie es facilmente reconocible. Se pone en marcha según llega la comida a la mesa. Busca el mejor ángulo desde el que inmortalizar esa carrillera o ese sorbete que comienzan a enfriarse o a derretirse lentamente con cada click del móvil. Copas, botellas y demás cachibaches son retirados de las inmediaciones del plato para no echar a perder la composición. Y, si es necesario -que suele serlo-, se encarama sin pudor a su silla para capturar un picado perfecto.
He de reconocer que me veo retratada en lo que acabo de escribir, pero no porque me considere una foodie sino porque gran parte de mi trabajo requiere cocinar, fotografiar y gestionar redes sociales. Por eso, la campaña que acaba de lanzar Ikea me ha parecido brillante y aplaudo la elegancia y el sarcasmo con que han sabido tocar el tema foodie. Porque alguien tenía que decirlo ¿no?
A través de esta super producción, el gigante sueco recrea el universo foodie en un tiempo que recuerda a la Europa del siglo XVIII. Una época en la que los teléfonos móviles y las redes sociales no existían y en la que la comida era un lujo al alcance de los más ricos. Y lanza un mensaje claro, que las comidas son ocasiones para el disfrute y el relax.
Hay mucha verdad detrás de este vídeo en el que muchos nos veremos reflejados. Pero, aunque lo reconozcamos, ¿seremos capaces de cambiar nuestros hábitos?
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