A todos nos gustan los road trip. Nuestro coche, la carretera y buena música para viajar, pero sin duda sería mucho mejor un road trip por los años 50 y sus moteles, la época dorada del diseño americano y la explosión de los viajes por carretera y, por ende, los típicos moteles en los que pasar la noche.
Hoy vamos a hacer un recorrido por estos moteles a través de las postales con las que se promocionaban. En una época en la que internet no existía ni en la ciencia ficción, la mejor manera que tenían los moteles de publicitarse era regalando postales que sus clientes enviaban a amigos y familiares.
Gracias a esas postales, ahora podemos imaginarnos un poco cómo sería viajar en aquella época por Estados Unidos, recuperar un poco la iconografía de la época y entender mejor la explosión económica y social que vivió Norteamérica después de la Segunda Guerra Mundial.
Aunque las postales aparecieron por primera vez a mediados del siglo XIX, no fue hasta principios del siglo XX cuando se convirtió en casi normativo enviarlas y coleccionarlas, lo que unido a la popularización del Ford T y la construcción de cada vez mejores infraestructuras, convirtieron la primera mitad del siglo pasado en la Edad de Oro de las postales.
Las postales de los años 20 y 30 eran en fotografías en blanco y negro impresas sobre tela y normalmente coloreadas hasta el extremo de parecer totalmente dibujadas. En los años 50 se introdujo la técnica Photochrome, que ofrecía colores naturales, un acabado brillante y bordes rectos y afilados, siendo el sistema que ha prevalecido hasta nuestros días.
Pero bueno, vayamos a lo que nos interesa, viajar por los 50 a través de sus postales. Y es que tras la Segunda Guerra Mundial los moteles que habían ido apareciendo por toda la geografía norteamericana para alojar a viajeros y camioneros --y que no tenían muy buena reputación-- se apresuraron a remozarse y mostrarse al mundo como el lugar perfecto en el que pasar la noche o incluso las vacaciones con la familia.
Así, los moteles empezaron a incorporar piscinas, jardines para los niños y esos carteles luminosos tan característicos, así como también a decorar el interior con diseños modernos, televisiones y otras comodidades que mucha gente incluso no tenía en casa. La idea era ofrecer una casa lejos de casa donde uno se sintiera a gusto.
Sin embargo, el giro más interesante en cuanto a postales de moteles se refiere es el momento en el que comienzan a representar sus establecimientos como si de paraísos terrenales se trataran, con gente guapa tomando el sol, bañándose o pasándolo bien en lo que no es más que a una triste piscina al lado de un aparcamiento, aunque afortunadamente no todas eran tan deplorables.
Algunas escenas son esperpénticas, no sólo por las poses y actitud de los modelos, que algunos parecen salidos de la mansión Play Boy, sino por lo alejado de la realidad que suponía una escena así en un lugar como ese. Esto se explica un poco debido a que, además de a las familias, los moteles querían atraer a los cada vez más numerosos solteros y solteras que viajaban solos, de ahí que haya tanta belleza pasándoselo bien junto a la piscina.
Sea como fuere, estas postales son ahora un magnífico documento gráfico de la explosión cultural y social que supuso la recuperación económica del país después de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, dejando para la posteridad su visión de la prosperidad.
A causa de las mejores comunicaciones por aire y carretera, de muchos de aquellos moteles no queda mucho más que sus viejos carteles como testigo de tiempos mejores, pero el motel de carretera sigue existiendo como concepto en Estados Unidos y es muy utilizado, solo que ha dejado de representar el sueño americano.
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